27 de febrero de 2012

El hombre suburbano


 
 



  Me pasó en una calurosa tarde de viernes de Enero de hace unos cuantos años. Venía yo de Estación Once volviendo a Merlo como lo hacía todos los días, en tren; sabiendo, como sabemos todos los usuarios de la línea Sarmiento, que en esos quince o veinte agónicos minutos de gloria suburbana que separan el trayecto entre las paradas de Liniers y Morón, el hombre que vuelve a casa se vuelve ganado de pastos duros: piel gruesa, callosa; de integridad inmune y completamente adaptado a un medio de transporte inhumano que le es hostil y poco cómodo de utilizar, dispuesto a emplear un contrataque muy ensayado, certero y brusco de ingreso al mismo ni bien el motor-man pulsa el botón que abre las puertas de acceso en la estación de Liniers, adentrándose en masa y defendiéndose del asedio de su vecinos en el metro cuadrado que les ha tocado ocupar por medio de codazos, mordiscones, sobacos húmedos y acidez estomacal. En tan solo ese corto lapso de tiempo que incluye cuatro paradas intermedias, el ganado suburbano bonaerense es hombre cortejando impunemente a una hembra embelesada como objetivo del día, danzando el baile de la procreación aprovechando cada bamboleante compás que acompaña a los movimientos ondulantes del bólido sobre rieles ocupado hasta el porta-equipaje con tanta vida apretujada y caliente. Las miradas cimarronas se cruzan y no cuentan nada. Los cuerpos sudorosos rozan las bocas. Un fuerte olor a sal invade todo el espacio. Las leyes mismas de la metafísica se materializan  en ese especial momento: tiempo, espacio, SER; tan reales como un trance, como un estado de coma. Al momento en que se cerraron las puertas como se pudo en Liniers y se arrancó, fue que caí en un profundo sueño sostenido por los otros que poblaron la atmósfera irrespirable de aquel caluroso viernes de hace tantos años en el vagón nº2 del “parando en todas”. Desperté por suerte pasando San Antonio de Padua, justo antes de llegar a mi destino, tirado en medio del pasillo con un tremendo dolor de cabeza y unas cuantas pisadas marcadas en mi ropa. El aire fresco por fin llegaba a mi cara. Me incorporé de un salto, bajé a la plataforma, crucé el túnel que da a Merlo norte pero me dirigí para el sur, como siempre, a la parada del 5. Mi chica de ese entonces me esperaba a la salida. "Cris, que cara traés... ¿que te pasó?". "Nada... algo raro ocurrió... me desmayé en el tren llegando a Ciudadela. Pero al despertar me sentí más vivo que nunca... Tenemos que hablar." Esa misma noche cortamos.

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