6 de enero de 2014

Miedo y asco en el Eixample Esquerra


   Las noticias hace mucho que dejaron de ser buenas por aquí. Las estadísticas afirman que uno de cada cinco está en el paro. Los salarios reales van a la baja. El sistema fiscal es progresivamente regresivo y las prestaciones sociales muy restrictivas. La consecuencia de todo ello: cada vez más desigualdad y cada vez más pobreza, incluso, entre aquellos que cuentan con trabajo como yo. También es que uno de cada cinco puede estar afectado por una enfermedad psíquica como la paranoia o la esquizofrenia sin siquiera saberlo. Está comprobado que mucha gente esconde impulsos psicópatas que cree pasajeros pero que cada vez son notoriamente más constantes y violentos a causa de los contratiempos que le acarrean a la sociedad estos tiempos de crisis económica y negatividad que vivimos. Tengo 34 años y no creo que se me esté yendo la chaveta de ese modo, aunque muchas veces pienso en el futuro y es nada. Nada.

   Cierro el diario como matando a un bicho repugnante que me mosqueó la mañana del puto lunes. Asqueado lo arrojo todo por la ventana comunitaria. Asqueado regreso al baño y vomito algo del desayuno y nervios. Asqueado me tiro en el sofá y busco el control de la tele, el del TDT y el de la memoria externa. Aprieto el botón rojo del ON a cada uno. Asqueado cambio Mujeres, hombres y viceversa, una reposición de Callejeros Viajeros en la concha de tu madre y la gala de la noche anterior de Splash. Un asco de televisión de mierda. Descuelgo la chupa y me la pongo de un portazo bajando la escalera. Noto que la calle se mueve debajo de mis pies como una cinta de caminar muy rápida. Aprieto el play del Mp3 y siento como que voy en nivel 10 con pendiente a 45 grados. Me jadean los bronquios en el esfuerzo. Todo mi cuerpo se oxigena de un aire impuro de ciudad que huele a opio. Es la hora punta de la media mañana y solo se ven algunos viejos meando a los perros en las muchas persianas bajadas de los alrededores y marujas tirando de los caros de la compra, ruidosos camiones de reparto doblando en las esquinas, unos barrenderos fumando y manguis, muchos manguis. Hay unos cuantos coches aparcados en la zona verde de la Escuela Industrial juntando mugre, hojas secas y bolsas rotas del Mercadona. Hace mucho frío y el ambiente está que parece que van a llover meteoritos pero que no. Veo en los contenedores cercanos a los supermercados a gente metida a medio cuerpo buscando algo para comer o vender. En el quiosco de revistas hay más diarios deportivos que diarios independientes. En los bancos de la rambla de Avinguda Tarradellas algunos indigentes aguantan el frio con un vino de caja. Son cinco. Uno de ellos lee un libro tirado en el suelo un poco apartado del resto. Paro mi aturdida carrera atrapado por la curiosidad. Me acerco a un árbol cercano cubriéndome la cara a contraluz para verlo mejor. Está estirado a lo largo sobre una esterilla hecha con cartones de embalaje, el petate mugriento a su costado, tiene puesta una chaqueta muy pesada de color verde oliva y un pantalón de montaña lleno de arañazos. Me acerco un poco más y reconozco la cara poceada de Bukowski en la portada del libro. Entonces me siento en el espacio libre del largo banco y me le quedo mirando a escasos dos metros. Quise verle de costado por impulso de la duda, así noté que su gesto de profunda compenetración en la lectura me era familiar: lleva gafas redondas de monturas muy finas como yo, la barba muy crecida debajo de la nariz de caballo, encrespada, canosa y desprolija como la mía cuando me la dejo crecer. Un poco pelo grasoso se le escapa por debajo de la gorra de lana negra de I Love Barcelona. Respira relajado, no le presta atención a nada que no sea su lectura. Gira la cabeza de golpe y me ve, viéndolo descaradamente desde el extremo. Me sonríe con pocos dientes. Parezco feliz.

 

2 comentarios:

  1. Buenas. El amigo Bukowski tuvo una visión fatalista de la vida, la sociedad, la gente y ahora en este tiempo sufrimos de una crisis total, no únicamente económica porque no tenemos a Bukowski ni artistas jóvenes o intelectuales que rompan los convencionalismos que imponen las élites del poder, y no hay que olvidarlo, la mayoría vamos ya no como borregos, sino como seres egoístas que no nos importa nada, somos individualistas extremadamente, a casi nadie le importa personas como el vagabundo que has visto, a casi nadie, siempre hay una honrosa excepción, tú.

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