7 de noviembre de 2013

Veinte años de Rock & Roll


 
 
 
   Por ese entonces ya había descubierto la FM Rock & Pop y empezaba a gustarme el heavy metal con cara de culo, el bien quilombero que no le gustaba a ningún padre oír saliendo por debajo de la puerta de la pieza de su problemático retoño en edad adolescente. Ya desde temprano por la mañana ponía la radio, escuchaba el final del programa de Lejtman y el de un gallego que se hacía llamar el Mariskal Romero, un personaje salido de la Movida madrileña, que se había destacado por conducir programas radiales de rock en los 80 y que hasta grabó unos cuantos discos de dudosa calidad y menos éxito de versiones en castellano de clásicos de los 50 y 60. Se lo vendía en la radio como que era una leyenda viviente en España, que fue uno de los héroes de la Movida madrileña, que era amigo de Keith Richards y de Chuck Berry y que el mismo baterista de Toto antes de morir le había regalado un platillo que siempre golpeaba al aire diciendo: “Es que tengo una polla que no me merezco…!!!” ¡Crash!, y mandaba los temas y se cagaba en todo. Tenía muchos oyentes el gallego, yo lo escuchaba siempre. Arrancaba el programa a las nueve de la mañana con temas del viejo Ac/Dc o de los Stones, su banda favorita, y no paraba de tirar bombazos hasta el final, cuatro horas después y con heavy metal a toda máquina, justo antes de que sonara el timbre de acceso a las aulas y me quitase los auriculares de vincha de mi Walkman Sony hecho en Paraguay para tomar asiento en el pupitre del fondo a la derecha, solo, y recibir mi dosis diaria de adoctrinamiento inservible.
  Un día el gallego loco empezó uno de sus programas hablando de Led Zeppelin con mucho entusiasmo, que no eran humanos, que eran los dioses del rock, de que no hubiesen existido muchas de las bandas que yo escuchaba por ese entonces si no hubiese sido por ellos y bla, bla, bla. Me intrigó muchísimo saber más de esa banda, así que subí el volumen de mi doble cassettera para prestarle más atención a cada cosa que decía el gallego pirao sobre ellos o su historia, y después de eso le dio al Crash y puso el primer tema. Aluciné. Quise conseguir algo de ellos inmediatamente, pero no tenía plata, tenía que pedirle a mi vieja y no se animaba. “¿Rock? No pierdas más el tiempo con esa mierda. Vas a terminar trabajando para los chinos si no me levantás esas notas y el rock no te va a venir a dar de comer”, solía reprocharme. Estaba desesperado, así que fuí directo a su bolso y a su billetera como otras veces, para ahorrarme los sermoneos, la abrí y ví unos cuantos Ticket Canasta y vueltos en monedas, nada de guita esta vez. Entonces recordé la multiprocesadora que le regaló mi viejo para el quince aniversario de casados y nunca usaba por no entenderla, y la tenía semi nueva tapada con un montón de mierdas en un compartimento del mueble del living. Nunca la usaba, ni se daría cuenta. Así que me la llevé cubierta con un toallón hasta lo del Negro Humo, el electricista del barrio, le pedí veinte pesos que me pagó con gusto, el dinero justo para comprarme el cassette, quizás dos en el centro de Merlo si iba a la disquería de Av.Libertador que estaba frente a la confitería Los Alpes. Conocía al gordo que atendía, su dueño, de aparecerme todos los días a la salida del colegio para ver las novedades que sonaban en la radio y preguntarle algunas cosas sobre los discos. Quedó sorprendidísimo cuando le pregunté por si tenía algo de Led Zeppelin, agarró su manojo de llaves y lo seguí hasta la vitrina, abrió, sacó el cassette que me dijo lo tenía en venta desde que abrió el local, desde hacía siete u ocho años, y nunca lo pudo vender. Le pregunté que le parecía, si estaba bueno como para comprarlo. Me dijo que sí, que había muchos clásicos en Led Zeppelin IV: Perro Negro (uno de los que me partió el coco esa misma mañana), Escalera al cielo (otro) y uno que me dijo era el mejor tema de todos los del disco: Rock & Roll. Por supuesto que yo le pregunté por qué, el gallego no lo había puesto esa mañana. Me respondió que solo oyéndolo me convencería. Volvió al mostrador y sacó la mierda de Daniela Mercury que tenía puesta, adelantó el lado A bastante rato hasta que dio con el silencio que preludió a esa introducción de batería atronadora que se escuchó en el centro de Merlo aquel día de Perón de 1993 y paró todos los relojes en este recuerdo.