-Hay que terminar el escabio, los ratis no permiten pasar a nadie con nada, loco. Ni cintos ni nada. ¿Bobby te llamás vos? Pasásela al gordo.
-Me llamo
Ernesto.
-El gordo
te llama Bobby todo el tiempo.
-El gordo
es un pelotudo.
Entre risas nos apiñamos contra los de
delante, unos pibes de Junín que viajaron toda la noche y no nos dieron mucha
bola. Le di un trago largo al vino caliente y se lo pasé a Peto que iba detrás
mío. Sentí un ardor que me calcinaba la laringe y la boca del estómago como una
erupción interna, a pasos de pingüino la fila se iba acortando, la gente
cantaba, todos le cantábamos a los caretas.
-Que pedo
tengo, boludo- dijo Bobby
-Yo
también- dije
Peto le pasó la caja de vino a Luquitas y
Bobby se la pasó a Saverio, que después de darle un buen trago se la pasó al
Gringo y este a Papple y de nuevo a mí, que me acabé el fondo cerrando los ojos
y apretándome la nariz para poder tragar mejor todo ese resto de taninos y
otros minúsculos materiales de dudosa consistencia que quedaban en el fondo.
Estaba re loco, estaba ciego del pedo que llevaba.
-Eh, gordo,
¿qué te pasa?. No me seás mantequita, eh…- me gastó Papple.
Nos sonreímos en una mueca bobalicona que yo
no entendía y seguimos avanzando a paso de plomo. Muchos pibes pedían monedas
para comprar la entrada, otros te dejaban en la mano unos papeles fotocopiados
con fechas de bandas que ni cristo ni el diablo conocían. Nada de mochilas ni
cintos ni cámaras ni objetos punzantes. Antes de ser palpado por uno de los
cerdos de la federal pude ver la gran pila de mochilas confiscadas y todos los
cintos y las cámaras y los objetos punzantes que no dejaban pasar tirados a un
costado del acceso. Papple y el Gringo se le cagaron de risa al rati en la
cara, yo me mantuve a duras penas inmóvil a mi turno del cacheo, pensando en
contener la risa cuando el gordo hijo de
puta cornudo y de bigotes me tanteara las pelotas, lo cual hizo, provocándome
algún gesto que me delatara borracho y me pidiera ver los documentos y se diera
cuenta de que era menor de edad y no me dejase entrar en las condiciones en las
que estaba. Pasamos todos con éxito, corrimos inútilmente para adentrarnos aún más
y salimos al ras del campo abierto al cielo, cubiertos de sudor escarchado en
los lomos. Era ese amplio territorio el fondo de un cráter inmenso que escondía
un verde valle bajo la superficie de plástico que protegía el césped donde se
jugaba al futbol. Mil gradas rodeaban al campo. Inmenso, delante nuestro, el
escenario. BALLBREAKER.
No hay comentarios:
Publicar un comentario