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12 de abril de 2013

#1 Dream


 
  Me cuelga del vientre como un mono de una rama. Es enorme, negro y asqueroso, con una cabezota redonda, roja y grande como una ciruela. Me espanto de verlo en detalle, sus arrugas, su cuello largo y venoso. Lo avivo un poco con la mano. Estoy solo frente al espejo, tan aburrido de todo, tan drogado por mis pensamientos y desnudo. Cierro los ojos y esa escena ocurre otra vez por detrás mío. Un pibe pasa a mi lado en la calle chascando los dedos como si le sonara en la cabeza una de Carl Perkins. Por delante suyo, va una de más o menos unos quince años, va sola y con unos pantaloncillos muy cortos marcándole el culito de niña crecida, sus piernas de espigas son largas y firmes, la cinturita sigue un compás al caminar como de patito feo, su camiseta roja de tirantes es corta y le afirma los nacientes pechos como dos conitos de leche, dos coletas rubias le cuelgan hasta los hombros, tiene algunas pecas y un tatuaje de henna en el brazo derecho con un corazón atravezado por una flecha. Me acerco a ella por detrás sin quitarle ojo de encima, la alcanzo en el semáforo de la esquina, me le pongo al lado y me mira de soslayo provocándome con esos ojos lánguidos de huerfanita, el niño nos pasa de largo sumido en su mundo, me doy cuenta de que algo pasó por los bocinazos, que de repente me acercan a la realidad y al charco de sangre en el asfalto donde me revuelco.
 
 

23 de febrero de 2012

Sonríe, hagamos la evolución



  Cuando fuí niño no me entraba la idea de que veníamos todos de lo salvaje. No podía aceptarla. Lo veía todo tan ciertamente original esto de ser humano, tan palpable y perdurable en la eternidad, que el solo hecho de imaginarme el origen primate de la intuición y del vello púbico me hacían automáticamente cambiar de canal, asqueado de solo fantasear con que un montón de monos comiéndose los piojos colgados de una rama tuviesen algo que ver conmigo. Se me revolvían las tripas y cambiaba de canal, tal vez ponía los dibujos o algo por el estilo, las cosas que le gustaban ver a todos los pibes de la clase media trabajadora del Gran Buenos Aires a la hora del almuerzo, quizás Los tres chiflados... Chespirito, o alguna de Biondi. No me cabía en la cabeza el loco razonamiento del presentador de los documentales de canal 7, que aseguraba toda la raza humana estaba estrechamente emparentada con los genes de estos tan vulnerables y simpáticos animales de la selva. Yo creía, convencido como mi madre y su madre y su madre, de que éramos algo único y especial, una súper existencia divina o algo por el estilo, sabes, algún cierto espécimen de animal único e inigualable que solo existiera para regir sobre todo lo demás como un dios creado por Dios, con la única misión de que fuera viable la inmensa maquinaria del cosmos.... O algo así... Por lo cuál, ya te darás cuenta, ni idea tenía de lo que se trataba Mtv cuando cayó por el barrio en los 90. Mandé definitivamente todo la mierda... al profe de biología... al pastor Gimenez... a la programación de los canales de aire al mediodía. Tenía 14 o 15 años por aquel entonces, y me acuerdo, que un día mi vieja me acompañó hasta el peluquero de la esquina y le pedí que me tiñese el pelo de verde y me clavase una arandela en la nariz. Mi madre pensaba que estaba loco, que todos los pibes estabamos locos (y aún lo hace). Yo quería pronunciar apropiadamente los títulos en ingles de las canciones de moda... como los V.J.´s, sabes. Ser moderno, ser moderno como ellos...!!! Todo eso y más... para qué explayarme, la Mtv fué solo el comienzo de una ardua busqueda de mi identidad de hijo del suburbio moderno, cool y alternativo hasta que... (y siempre hay un hasta que), lloré por amor la primera vez. Entonces, y solo así, decidido como nunca pude estarlo, apagué la tele casi contra voluntad y junté todas mis mierdas en una mochila y me largué a correr. Tan rápido y lejos como mis piernas pudieran aguantar, tanto, hasta llegar a alcanzar velocidades y distancias nunca logradas por ser humano en plan de escape. Pero te digo: no tardé mucho en darme de frente contra una pared, era cantado que me pasaría, al fin y al cabo soy solo un mono que piensa y se equivoca todo el tiempo, no me puedo escapar de este karma. Un mono real, te aseguro, no haría semejantes estupideces como las que he hecho yo, no, no, el se quedaría tan pancho sentado en una rama viendo como esos primos suyos que piensan se pelean por un trozo de emoción mientras el sol se esconde majestuosamente sobre aquella colina de la vida. FIN