11 de abril de 2013

Disorder 9 am





   El metro va lleno, hace dos paradas que subí y el hedor que se respira en el interior de los vagones me hace pensar que tal vez me haya equivocado y esté viajando en el vagón de la carne o el de los presos comunes. Es la hora punta de las 9 de la mañana y voy escuchando mi selección de Joy Division puesta en shuffle al 20 de volumen. A todos los pasajeros los observo por encima de la solapa levantada de mi abrigo de piel de camello, veo que a unos les cuelgan las cabezas de los hombros, inertes, meciéndose suavemente de lado a lado como el tren frena y acelera. Hay chicas muy arregladas que se terminan de retocar los labios con mucho arte a pesar del movimiento bamboleante que da el vagón, hay muchos viejos que van sentados dormitando, el resto de la manada está revisando alguna mierda inservible en los aparatos táctiles como siempre. Subo la mirada y me detengo impresionado por el reflejo del cristal que me muestra como de pronto todos los que van detrás de mí se matan entre ellos, como se arrancan los ojos y se tiran los cueros. Bajo rápidamente la mirada buscándome los pies, un poco de acides estomacal me aflora de una pequeña arcada láctea. Los bajos suenan muy fuertes. Llegando a plaza Catalunya percibo un fuerte olor a metal quemado que se va espesando según para el convoy en la estación. Toda la masacre baja en tromba arrastrándome con ella, estoy atrapado en su embudo, que me hace subir las escaleras contra mi voluntad y pasar por el molino de carne hasta la calle. Llueve. Hace frío. Hoy no va a ser un buen día.

 

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