7 de marzo de 2012

De como cancelé mi suscripción a la resurrección aquella noche de frente polar. Homenaje a Jim Morrison.



La banda sonora del apocalipsis. Un chamán enfundado en cuero negro escupe bilis al estrellato en una pose eterna de chico-poster, sueño todavía húmedo de veinte generaciones de quinceañeras. Fué este el gran poeta americano?. Fué él un gran cantante de jazz, de rock, de BLUES... negro, como su ensortijado pelo azabache?. Fué éste el enfant-terrible, juglar misógino del fin de las palabras, sumido en trance, retorciendo la prédica apocalíptica?. El público pidió su pellejo y él se lo ofreció tirándose de cabeza, dejándose manosear y mandándolos a callar con su napalm desde la entrepierna. Ese mismo fuego gris que sus retinas aceptaron solo como a una gran generación perdida en miles de camisetas con leyendas urbanas. Perdida en los grandes éxitos de la trasnoche visceral, en esos primeros sueños en tecnicolor contra las guerras de nervios, el frío polvo de mármol romano de los tabiques y la retórica cavernícola. Ese chico salvaje, tan lleno de gracia, vió la sangre en las calles de Los Ángeles avisando del fin de Dios. Advirtiendo de la soledad del individuo, que danza y aúlla en celo al cuarto creciente. Haciendo el amor en una colina pentagramada, entre serpientes, cancelando de lleno la suscripción a la resurrección, a la intención de perdurar en el consciente con un pié en la puerta de la percepción.
Pero me lo confesó todo al oído… tenía unos amigos ahí dentro, donde se resucita y se vive otros mil años. Y no se disponía a ir solo. Solo debíamos correr. Corrí, y corrimos con él. Tú, él, Jim, Jimbo, Lizard King… Ahora huelen mal, huelen a violetas resecas en tu caja de madera enterrada a dos metros bajo tierra de suelo francés, a bolsa de huesos y a sexo premenstrual. A cocina de almas. A viejo y ceniciento vino revuelto en la tierra blanda del otro lado donde quebrábamos en llanto, cuando el sexo era lícito y las plegarias encendían el fuego quemando los libros dorados. Tal vez su presencia ahora ronde por las calles y nadie lo note en su anestesia, o quizás su ánima se estanque en las humedades del amanecer, filtrándose por el alcantarillado y haciéndose summum en el fondo de la botella de algún vagabundo buscando cobijo en alguna esquina anónima, bajo un frío de perros corregidor e implacable de Febrero, mirando atónito el devenir de las consecuencias en implacable aproximación, nítida y tan limpia ahogándose en la saliva de los consejos de guerra y en el grasoso lubricante de los rulemanes que hacen girar los carros de compra. Sumido en un sopor entre arapos, un frente polar y mugre y sonrisas desdentadas. Y espero no les falte de refugio a mis hermanos libres esta noche helada. Ni un tabaquito barato ni una petaca de 20/20, ni un poema que les haga saltar en el tremendo fin de los días. Se lo ruego a quien me oiga, desde aquí mismo, dibujando un barco solar, esta palabra que se recuerde en su piedra labrada en bronce con tu nombre y tus fechas. Cementerio Pierre Lachaise, donde yace el griego sueño apocalíptico de este niño prodigio, el tremendo poeta inconcluso de la edad maldita. Y desde aquí, y hasta el resto de los días, preparándome para nadar hasta la luna… PUEDO HACER CUALQUIER COSA QUE QUIERA.

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