6 de marzo de 2012

A imagen y semejanza



  Y la claustrofóbica noche negra dió paso a un interminable despuntar, comenzando con grises muy apagados, como si de un esbozo de principiante se tratara, sin formas distinguibles desde la penumbra. Mientras tanto, plateada e inanimada, desde contorneantes trazos gruesos muy chapuceros, sin perspectiva ni razón de interpretarse, el creador iba proporcionándole formas, pliegues y tripas a la última y más significante de sus obras. A esta altura, muy similar a un grueso bloque de mármol que con el tiempo, y el oficio del artista que despunta la obra desde la original creativa, forja ese concepto de figura inolvidable dándole rienda suelta a su visión irrefrenable, magnífica e irreprochable, tan perfecta en cada detalle, en cada pliegue, y armónica en su desarrollo. Esta masa informe de vida apagada, tan solo un ensayo nublado de la realidad en el pedestal, iba siendo plena transcurriendo su gestación, majestuosamente perfecta desde su concepción mientras ganaba formas. Y a la vez, siendo de proporciones tan ínfimas que solo una gota de rocío la aplastaría como a una cucaracha hundiéndole toda su bota en la cabeza. Y así mismo el creador quería que fuera: magníficamente vulnerable, parte del todo sin persistir, armoniosamente distinguible de la demás creación por sus particulares cualidades que la harían única y rotunda, mortal y dominante, inteligentemente mística, completa sierva de su mentor.
  Entonces, mientras se permitía amanecer rotundamente, extendiéndose la luz poco a poco por todo el espacio visible, y mientras los tonos iban ganando color y su protagonismo se iba haciendo patente, las tonalidades iban ganando más y más contraste, más volumen; tanto más sus ruidos y asperezas correspondían con las maneras de los ciclos vitales. El todo seguía, a simple vista, siendo todo lo mismo. Lo que un árbol fué ayer, siguió siendo un árbol. Y con el amanecer toda la creación armoniosamente se prestó tan dispuesta a dejarse envolver por esa inmensa luz que iba asomando desde aquel horizonte, que así también despertó a toda la flora y fauna de su letargo para hacerse parte indispensable de la perfección. A ser parte de los ciclos y de los elementos.
  El creador de todo esto se hizo llamar Dios. Y hasta el mismísimo Dios, frente a su tanto magnífica como insignificante y vulnerable última nueva obra a punto de acabar, saboreando esa miel que solo la satisfacción deposita en las bocas, extrañamente mezclada con una pastosa baba seca azufrada que le enjugaba las comisuras; después de semejante trajín, de tan exhaustiva creación a imagen y semejanza, se presentaba tal cual era, nimio, diminuto también al ver sus manos sucias. Tan sediento y tan orgulloso, tan perfectamente mortal y desnudo, que el simple hecho de imaginarse a sí mismo refugio místico de su creación, su consuelo o su principal miedo, le dibujaron unos cuernos en la cabeza que horrorizado contempló ahí coronando su alargada sombra desde el amanecer, al girar su cabeza a contraluz, delante de ese sol rojo que asomaba desde aquel horizonte. Entonces, y solo así, al hombre le dio vida de un golpe. Y le proveyó de humanidad, acabando así exhausto al final y sin poder evitar que un amargo cargo de conciencia le perturbara su descansar en el séptimo día.

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