23 de noviembre de 2012

Chistes muy malos

                          
  Hay uno de mi trabajo que es insufrible. Cuenta chistes malos todo el tiempo que siempre le celebramos por no hacerle sentir mal. Él se lo toma muy en serio esto de caer bien a todos con sus chistes, se le nota que pone mucho empeño en la selección del adecuado y el momento preciso de contarlo. Es muy hábil en esos menesteres, hay que reconocérselo, y es un as en materia de omnipresencia y claridad en la modulación de las palabras. Pero los chistes son muy malos, muy fuera de lugar, como encontrarle una frase de Sartre impresa a una tarjeta navideña musical de los chinos. Nada que ver. Y todos nos reímos y festejamos sus ocurrencias pero en el fondo queremos matarlo, queremos que se calle de alguna forma violenta, que pare de contar chistes malos después de cualquier cosa que ocurra, de cualquier frase, de cualquier acción. Y está metido siempre en las conversaciones de los demás. Es infumable. Y lo peor es su voz. Su voz es como de mujer. Una mujer de la alta sociedad, además, que pronuncia muy adecuadamente las fonéticas arreboladas de las erres y las eses. Te mira de soslayo y siempre parece oler a mierda. Nunca se le nota la caspa en las solapas de los trajes de saldo. Siempre va peinado para atrás, bien afeitado; camina rápido, muy rápido, porque le gusta estar en todos lados para mandar alguna muletilla socarrona o contarle un chistecito corto al oído de alguno de sus empleados. Es re pesao el colega. El otro día despidió a uno y se le cagaron de risa en la cara.
 
 

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