29 de noviembre de 2012

Me fuí



  Entramos los dos a la cocina uno detrás del otro casi al mismo tiempo, ella por delante. Me senté en la silla de madera que estaba junto a la mesa del mate y no quise emitir palabra. Teníamos que hablar de algo por lo que me llamó aparte, para que lo hiciésemos en privado. Ella quería cerciorarse de que había oído bien lo que le había parecido oír con el café después de la cena. Estaba aturdida. Me agarró del brazo ni bien el viejo me saludó de buenas noches y me acarició la frente como buscando fiebre y me aconsejó de hombre a hombre: "Pensalo".
   Dándome la espalda, comenzó a fregar los platos en silencio, esperé que ella fuera la que hablase primero. Empezó con la ollita de la pasta y después con la sartén de las milanesas sin decir nada. Antes de lavar la sartén de las milanesas, filtró el aceite restante y lo guardó para otros usos en un frasco de mermelada que siempre deja dentro del horno. Abrió el agua caliente y un  poco la fría para que no se le hincharan las manos. Fregaba y fregaba encorvada, en todo momento yo mantuve la respetable distancia. Noté como ese pelo un poco canoso cortado a la nuca se le balanceaba mientras le daba a la faena, masticando la congoja y esperando el momento de que ya no lo aguantase más y me lo preguntase y esperase una respuesta madura de mi parte, la que esperaba oírme, recapacitando en mi decisión, retractándome. Pero siguió sin decir nada raspándole el hollín a la sartén. Me crucé de piernas y te juro que por un momento  una duda me sobrevoló por dentro. Ella pareció percibirlo al vuelo, se dio la vuelta de repente y con los ojos más celestes que he visto en mi vida me preguntó:
   -¿Es verdad que te vas?
   -Si, vieja, ya compré el pasaje-
 
 
 

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