13 de febrero de 2013

Lo que queda del cuerpo (extracto)

 
 



-Hay que terminar el escabio, los ratis no permiten pasar a nadie con nada, loco. Ni cintos ni nada. ¿Bobby te llamás vos? Pasásela al gordo.

-Me llamo Ernesto.

-El gordo te llama Bobby todo el tiempo.

-El gordo es un pelotudo.

 Entre risas nos apiñamos contra los de delante, unos pibes de Junín que viajaron toda la noche y no nos dieron mucha bola. Le di un trago largo al vino caliente y se lo pasé a Peto que iba detrás mío. Sentí un ardor que me calcinaba la laringe y la boca del estómago como una erupción interna, a pasos de pingüino la fila se iba acortando, la gente cantaba, todos le cantábamos a los caretas.

-Que pedo tengo, boludo- dijo Bobby

-Yo también- dije

 Peto le pasó la caja de vino a Luquitas y Bobby se la pasó a Saverio, que después de darle un buen trago se la pasó al Gringo y este a Papple y de nuevo a mí, que me acabé el fondo cerrando los ojos y apretándome la nariz para poder tragar mejor todo ese resto de taninos y otros minúsculos materiales de dudosa consistencia que quedaban en el fondo. Estaba re loco, estaba ciego del pedo que llevaba.

-Eh, gordo, ¿qué te pasa?. No me seás mantequita, eh…- me gastó Papple.

 Nos sonreímos en una mueca bobalicona que yo no entendía y seguimos avanzando a paso de plomo. Muchos pibes pedían monedas para comprar la entrada, otros te dejaban en la mano unos papeles fotocopiados con fechas de bandas que ni cristo ni el diablo conocían. Nada de mochilas ni cintos ni cámaras ni objetos punzantes. Antes de ser palpado por uno de los cerdos de la federal pude ver la gran pila de mochilas confiscadas y todos los cintos y las cámaras y los objetos punzantes que no dejaban pasar tirados a un costado del acceso. Papple y el Gringo se le cagaron de risa al rati en la cara, yo me mantuve a duras penas inmóvil a mi turno del cacheo, pensando en contener la risa cuando el  gordo hijo de puta cornudo y de bigotes me tanteara las pelotas, lo cual hizo, provocándome algún gesto que me delatara borracho y me pidiera ver los documentos y se diera cuenta de que era menor de edad y no me dejase entrar en las condiciones en las que estaba. Pasamos todos con éxito, corrimos inútilmente para adentrarnos aún más y salimos al ras del campo abierto al cielo, cubiertos de sudor escarchado en los lomos. Era ese amplio territorio el fondo de un cráter inmenso que escondía un verde valle bajo la superficie de plástico que protegía el césped donde se jugaba al futbol. Mil gradas rodeaban al campo. Inmenso, delante nuestro, el escenario. BALLBREAKER.

 

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