Rompa todos los espejos de su casa en señal
de protesta, mire vagamente el contenido de su billetera y salga de una buena
vez a encarar el patio. Cante mientras va acomodándose las gafas de sol si hace
veranito. Acompañe sus pasos hasta la máquina expendedora de la t-10 entonando
alguna canción del top 40 que le suene. Inténtelo con la última de Miguel Bosé,
por ejemplo. Escúchese por dentro, sienta su aliento fluir en sus pulmones, en
su tráquea. Si oye a su paso (pero esto ocurrirá después) el martilleo de las máquinas
neumáticas destrozándolo todo, o el angustioso traqueteo en el asfalto de los
caballos metálicos manejados por insomnes hombres bala, que van con la única
necesidad imperiosa de atravesar la ciudad de punta a punta para llegar a
tiempo en algún lugar del tiempo, creo afirmativamente, que si lo siente usted
a todo eso, estará bien encaminado. Y mismo se lo aseguro también si oye un
raspón en el paladar al ver la cifra a pagar en la pantalla táctil del aparato
vende-boletos, o un amor en cada esquina chascando la lengua en son de guerra,
una línea de ajos secándose bajo el sol de Mayo o la mala saña de las palomas
nucleares. Creo que después de todo, usted está vivo en toda regla. No cabrán
dudas al respecto. Después de haber
controlado sus temblorosas rodillas al darse cuenta que debe viajar porque está
vivo, compre la t-10, y por favor, no la malgaste viajando en tranvía, mejor
utilice el autobús y deje en paz también al metro, que no lo llevan a ninguna
parte a uno con tantas confusas e interminables combinaciones. En el autobús, y
sobre todo si por acción de las casualidades es el 41 el que diariamente toma
para dirigirse al trabajo, préstele usted especial atención al hijo de re mil
puta que conduce el bólido que sale de
terminal Plaça Francesc Maciá a las 13: 35. Es un pederasta y violador de
ancianas. Lo se de buena fuente.
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