Hace un calor de morirse. Regreso
a casa tarde como siempre, pero esta vez de una manera pesada y cansina,
arrastrando los pies por la calzada de la vereda, despegándome la camisa del
cuerpo. Es increíble lo caliente y pesado que está el ambiente. Son las 10 de
la noche y todavía se mantienen las temperaturas altas casi a los mismos
valores del mediodía. Estoy roto. Vuelvo a casa. Camino unos 20 metros
esquivando los contenedores de basura del mercado aledaño, que apestosos de
olor a pescado insolado, minan el acceso a la puerta principal del edificio
donde vivo. De mi bolsillo saco el manojo de llaves, lo manoseo y toda mi atención se centra en uno de los
llaveros que lo abultan: un diminuto cortaúñas con la inscripción I LOVE
LANZAROTE. Respiro hondo. Estoy roto. Suspiro y cruzo la puerta. Me duelen la
cabeza, los brazos, las piernas, y por supuesto el culo. Trabajé muy duro. El
elevador está roto. De nuevo. El hall huele a un encerrado mezclado con colillas de cigarrillo nacional mojado que acentúan
mi desolada percepción acerca de aquella dificultosa situación en la que me
encontraba. Debo subir por la escalera hasta el cuarto piso, contando el
entresuelo son 5 los niveles. Peor no pude encarar aquel suplicio. Con resentimiento
y bronca, dedico una gruñida acompañada de un brusco insulto acerca de la
concha de la madre del pacomanolo que rompió el elevador esta vez. Como una
bolsa de huesos intento, de a poco, escalar peldaño por peldaño las empinadas
escalas de mármol reventado que enlozan la escalera comunitaria. Una vez dentro
de mi lata de sardinas, el 4to B, mi mujer, que toda estirada en el sofá
desvencijado de nuestro austero living se dejaba llevar por el inútil aire que
escupe nuestro ventilador de pie a su cara, me recibe como siempre lo hace: con
una amplia sonrisa de mil dientes y un amoroso beso de labio inflado, que creo,
fueron las mejores manifestaciones humanas que recibí en el transcurso del día.
Ella me gusta, lo sabe. Me desplomo sobre el sofá y le robo un poco de aquella
ventolera bochornosa que solo le entibiaba la cara. Suspiro de nuevo. Estoy
roto. Me cuenta sobre como le fue en el día pero yo estoy en otra. Estoy roto.
Me levanto como puedo, a duras penas. Elijo unos calzoncillos bóxer de algodón que
me calzaré después de darme la ducha reparadoramente helada que estaba
saboreando a flor de piel en mi cabeza mientras el autobús que me traía de
vuelta a casa se adentraba en el siniestro suburbio donde resido, a la que sin
remilgos me entrego por completo a su frescor. El agua no sale tan fría como yo
esperaba, y la presión de la ducha hace notar la racionalización de la misma
por parte del servicio sanitario municipal ante las escases. Al salir del cuarto de baño, despido a mi chica
hasta mañana después de apretar el botón que hace girar el plato que me calienta
con rayos ultravioletas algo de comer. Ella se levanta muy temprano todos los
días, siempre espera a que vuelva del trabajo para irse a dormir. Estoy solo.
Estoy roto. En la tele no pasan una mierda. Ding. El microondas anuncia que mi
desastrosa cena está medianamente al punto. Como siempre, saco una lata de
cerveza que muy hábilmente mi mujercita guardó para mi en el congelador, la
abro, y de solo escuchar el filoso ruido que hace mi dedo empujando la pestaña
que abre la lata, me entran unas ganas de mear psicológicas que no me contengo.
La birra estaba helada. Dios bendiga a esta mujer y a toda su descendencia. Me
mando a la boca como puedo los primeros bocados del masacote reseco y a medio
calentar que adorna mi plato. No lo puedo ni masticar. Lo desecho y me
concentro en la cerveza. El aire que tira el ventilador es caliente. Me rasco
las bolas y me huelo los sobacos. Hace minutos que salí de darme una ducha
fría, mejor dicho, tirando a tibia, y ya mi cuerpo destilaba algo de sudor que
olía semejante al de un bebé, pero cagado. Estoy roto. Al acabarme la birra me
entran ganas de mear en serio, y un poco de cagar. Me siento en la taza del
váter, meo copiosamente, agarro un ejemplar de la revista dominical de El País de
hace 5 semanas y me pongo a ojearlo deteniéndome en los pies de pagina de las
fotos que lo adornan. Se me escapa un pedo húmedo. Dos. Comprimo un poco el
vientre, solo un poco, y de un tirón descargo toda la artillería que latía en
mis tripas. Huele muy mal todo aquello. Hay una entrevista que parece muy
interesante a Vargas Llosa y un artículo encabezado con una enorme foto de un
amanecer en la isla de Lanzarote. Vargas Llosa habla solo mierda. Lanzarote.
Hace una semana estaba en Lanzarote. Aprieto una vez más el músculo del abdomen
explotando una nueva tanda tan sonora y viciada como la anterior, que cae
pesadamente desde mi irritado colon al agua del retrete. Estoy roto. Hace una semana estaba en
Lanzarote de vacaciones. La pasamos muy bien mi mujer y yo. Me suda la frente,
me tiemblan levemente las rodillas, se me duermen las nalgas sentado ahí. La
menestra de verduras que comí al mediodía del menú que se ofrece a los
empleados en el comedor de personal de mi trabajo tuvo la culpa. La culpa la
tuve yo, mejor. Cada vez que como de la menestra de verduras que preparan en el
comedor de personal para el mediodía, en una u otra ocasión, durante la tarde,
tengo que poner una sirena para que se aparten de mi paso ligero hacia el baño
de la planta donde trabajo, como si estuviera persiguiendo algún malhechor en
las calles de San Francisco que está a punto de hacer estallar una bomba que
destruirá el centro de convenciones donde el presidente de la nación da un
discurso acerca de como encarará la crisis económica y expulsará a todos los
inmigrantes ilegales. O al revés, como si yo fuese el perseguido. Me mata la
mierda de comida que nos sirven a los empleados, todas fritangas o congelados.
Y encima te cobran por lo que comes. Tienen un morro que se lo pisan. El
trabajo de hoy fue extremadamente duro y comí de aquella menestra porque no
había nada mejor. Estoy roto. Me limpio el culo y tiro de la cadena. Vaya
peste. De pasada, arrastrándome hasta la cocina para limpiar el plato manchado
y sacudirle al mantel las migas,
enciendo el ordenador para ver que mierda pasa. Nada. Ante mi aburrimiento,
decido escribir todo esto que lees. Me siento un poco mejor, mas liviano, pero
igual bastante roto. Hace una semana estaba en Lanzarote. Lanzarote. Y ahora
como mierda.
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