Suele pasar a veces que ciertos factores
sensitivos ocurridos involuntariamente en un determinado momento, dentro de un contexto en
particular de la rutina diaria en la que todos nos vemos inmersos, todos apelmazados
y llenos de nudos cervicales, se nos manifiesten repentinamente y sin
premeditación, transportándonos así hacia algún sitio seguro de la conciencia, para
que de esta manera podamos salvar nuestra maltrecha y forcejeada alma nuestra
del cadalso antisocial en el que nos vemos sumergidos a diario, aunque sea por
unos instante por lo menos, lo justo y necesario como para colgarle una flor en el ojal grasoso
a la chaqueta metálica que llevas puesta contra las embestidas impunes. Y vas a
verte tan inocente, saludando efusivamente a los colegas peatones a tu paso sin
ningún resquemor ni sarcasmo, de repente, que hasta capaz que te meas encima de
la emoción. Estos pequeños y jugosos lapsus pueden hasta sacarte una sonrisa que valdrá por todo
lo que te toque en el día, con su mismísimo peso en oro y más como premio.
De
alguna manera los nudos siempre se deslizan, eso seguro, aprietan pero no
ahorcan, no debemos llevarnos por la premisa derrotista de que todo va como la
mierda porque sí y no hay nada que lo resuelva o que pueda hacerse para
contrarrestarlo. Van a seguir habiendo nudos, claro está, pero este gran bollo
de materia nerviosa puede encontrar de esta sutil manera su salvoconducto, su
válvula de escape sensitiva y cognitiva hacia otros horizontes quizás mas
benévolos o menos sacrificantes, si se las deja a sus anchas manifestarse con
soltura y te prestas en dejarte llevar de la mano por ellas. Y es de suma
importancia estar atento a este tipo de manifestaciones, amigo, amiga, ser
receptivo. Y son muy importantes estas manifestaciones esporádicas porque te
harán sentir de una manera distinta. Te harán vibrar de sana locura.
Mágicamente harán correr la coma de tu inmenso número de inseguridad social, y
tu cero no estará más desubicado en la izquierda existencial, sino a la derecha,
y formará parte de algo que vale, que vale la pena de sentir en carne propia,
que se te presentará como un cheque en blanco al portador sin letra pequeña y
sin la condición de ser firmado con tu sangre hipotecaria de borrego. Y es de suma
importancia aprovecharse de este tipo de oportunidades únicas, es vital. Y si
esto no te ocurre, amigo/a, o no te ha ocurrido desde hace bastante tiempo,
creo que sería un buen momento para que te plantearas unas cuantas cositas acerca
de como vas enlazando tus paranoias personales dentro de tu pequeña cabecita de
chorlito marmota. Porque estos momentos saben a gloria. Al fresco aliento del
mar lamiéndote la cara. A la encarnación misma de la libertad, materializada en una chica
repartiendo gracia de su canasta de mimbre, montada en una bicicleta de playa
con su pelo suelto y su vestido de gasa transparentándole la silueta sin
sostén, y con ese pelo suelto, siendo parte del aire… riiing- ring-tilin...!!!. A los labios de una
primera novia también te harán recordar, tan rosados, tan tersos y llenos de
vida. Al olor de la cocina de tu vieja el domingo al mediodía. A la sonrisa de
un viejo arrugado. A un polvo con pasión. A un puño muy apretado y tan alto y
tan solemne....
Ufffff.....Ahhh....Ajummmm... (inhalé todo el aire posible de caber en los pulmones y los vacié al mismo ritmo)... FFFFFFfff....
Ufffff.....Ahhh....Ajummmm... (inhalé todo el aire posible de caber en los pulmones y los vacié al mismo ritmo)... FFFFFFfff....
Si, Si, Si... A ver...
Fué
cuando pisé el charco residual de agua recuerdo de la tormenta de la noche
anterior, al bajar del autobús 41 parada en Plaça Catalunya, cerca, a escasos
metros de donde cumplo mi deber con la sociedad ocho horas al día. En el meollo
del asunto donde me han dejado suelto y sin bozal; en el centro neurálgico de
la ciudad-hormiguero. El sol caía viscoso, de lleno y sin remordimientos sobre
mi cabeza de oso hormiguero, calentándola aún más de espumosa bilis. Pisé ese puto
charco al bajar y escupí una maldición a los cuatro puntos cardinales de
corrido y sin comas. El hormiguero estaba convulsionado alrededor mío. Me
rodeaban por todos los flancos, pasando a una velocidad descomunal,
anti-natural y estrepitosa. Comiendo sus helados, llevando sus portafolios,
sacando fotos o conduciendo taxis. Parecía como si un inmenso factor la hubiese
pisado con su bota a propósito a la ciudad-hormiguero para ver cuál era la
reacción de los pequeños seres alrededor del cabeza de puto oso hormiguero. La
reacción del animal fué, por lo pronto, nula. La carrera alocada siguió su
curso bajo los mismos preceptos de siempre, lo que era hacerlo todo igual que
siempre, pero a una velocidad inhumana y abochornante. Y yo segúi ahí...nulo y
parado en el medio del asqueroso charco de agua estancada y cubierto de toda la
mierda que te puedas imaginar: toda la indignación y la consternación sobrepasando
mis límites personales de tolerancia, la polución galopante y toda la mala
leche que mezclé con los cereales por la mañana viendo las noticias. La mala
leche y números. Miles de números. Millones de ellos. Enterrado hasta el cuello
en arenas movedizas de putos números. Tarjetas de crédito, número de seguridad
social, número de cuenta, números de teléfono, números a la izquierda, números
a la derecha. Hasta mi nombre es un puto número... No está escrito con letras,
sino en una horrorosa combinación de ceros y unos... Putos números...!!!.
Pero... Pasó...(fffiiiiiiiuuuu....). Me acomodé las Polaroid y pasó. Dirigí una
mirada al cielo y pasó. Me paré en seco, de repente, y lo dejé que me llevara
donde ÉL quería porque así me lo sonaba en la cabeza. Y en ese momento los amé
a todos. Los quise a todos y a cada uno. Les entregué un corazón latente, rojo
de sangre extendido en los confines de mis brazos y sin pedir ningún milagro a
cambio en la bañera sagrada del suicidio social. Los amé a todos y a cada uno,
sin distinciones ni peros. Sonreí y tiré de la cuerda dejando que se vaya todo
por el mismísimo retrete, directo a las mismísimas cloacas de mi ser. Al fondo
de las tormentas. Al bulbo raquídeo de esta confabulación lo mandé a todo y a
toda su tropa de élite. A Marx, a Engels, a Kissinger, a Mussolini, a Gandhi, a
Lennon, a Menem y a su puta madre que no tiene la culpa, al hijoputa de
Zaratustra y a Perón, Peron. Si, Si, Si...Ahhhh jajaaaaa... Por escasos seis minutos
no existió más nadie y todo se lo debo a ÉL... A ÉL, que me llevó directo a
este maravilloso lapsus donde las teorías cuánticas tienen sentido y razón de
ser, porque es así de simple todo, papi, y punto pelota: STEAVIE WINWOOD. ¿La
pongo de nuevo a ver que ocurre de bueno esta vez? Me muero de intriga... Ah, y por
cierto... QUE TENGAS UN BUEN DÍA, HIJO DE PUTA....
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